Una obra arquitectónica realmente funciona cuando pasa desapercibida al ser adoptada de manera natural por sus usuarios, y en el malecón de Progreso, la vida diaria es la protagonista.
Por un lado tenemos un renovado boulevard que alberga hoteles, un museo, restaurantes y amenidades, y por el otro, la increíble playa de mar esmeralda y arena blanca, donde locales y visitantes encuentran el espacio ideal para ejercitarse, relajarse, descansar y disfrutar de increibles vistas al atardecer.
El malecón de Progreso fue inaugurado en 1929 y desde entonces, ha pasado por varias etapas y remodelaciones. El diseño inicial consistía en un muro de 2 km adornado con palmeras y palapas, ya que en sus orígenes, Progreso fue concebido bajo un enfoque industrial, pues sería la nueva plataforma logística que conectaría a Yucatán con el mundo para el comercio del henequén, en sustitución de Sisal, debido a su cercanía con la ciudad de Mérida.
En septiembre de 1988 el huracán “Gilberto” causó graves daños en el puerto destruyendo en su totalidad el malecón original. Al año siguiente se reconstruyó con un diseño serpenteado que prevalece hasta la actualidad, y al mismo tiempo, se inició la extensión del puerto de altura, que pasó de 2 a 6.5 km de longitud, permitiendo con esto, el arribo de cruceros procedentes de diversas partes del mundo.
Poco a poco, Progreso fue abriéndose paso en el panorama turístico internacional, dejando atrás aquella vocación exclusivamente industrial.
La obra se ejecutó en tres etapas que cambiaron la imagen de las calles, banquetas, ciclovías, iluminación y mobiliario urbano, retomando el concepto geométrico inspirado en la curvatura orgánica de la naturaleza; se dotó de plantas endémicas como la uva de mar y la palma kerpis, generando un ambiente idóneo para el esparcimiento de los usuarios.
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